La fidelidad, tu camino

La fidelidad, tu camino

*Prólogo a la primera edición de La sombra del silencio, abril 2011

Daniel Chiprian es un amigo al que aprecio por su sensibilidad, por su interés por lo que ocurre a su alrededor y, sobre todo, por su sencillez, su humildad y su fidelidad. Rasgos estos que no son muy apreciados hoy en día y que lo encumbran por encima de la gente de su edad. Si a eso añadimos su interés por la literatura, por la poesía en concreto, tendremos a un joven distinto a los demás. Lo distinto no es apreciado, nunca lo ha sido. Ha habido tantos locos en el mundo de la Literatura que han resultado ser visionarios que uno más no iba a notarse, y menos en los tiempos que corren en que lo único importante es la fama momentánea sin pensar qué será de nosotros en unos días. Lo necesario hoy son virtudes como las que he reflejado en Daniel.
Han influido en su poesía el contacto directo con la Naturaleza, el destino, la incertidumbre, la nostalgia, el amor y la muerte; temas que ha encontrado en sí mismo y en el conocimiento de los poetas de la tierra (Eminescu, Bécquer, Neruda, Miguel Hernández, Ángel González y Aurelio González Ovies, entre otros).
Un poeta amigo, al que considero uno de mis maestros de vida, dijo “aunque nada puede detenerse, he sido tan feliz que es suficiente”. Yo no sabría cómo expresar mejor, y tú lo sabes, Dani, lo feliz que me hace ver que tu sueño, tu libro, sale a la luz, “esa luz tan breve” que nos une y nos envuelve en el mundo al que solo acceden los elegidos por la propia poesía.
Que el valor de la palabra te acompañe siempre, amigo (filial, fiel, fidelidad). Nunca olvidaré cómo conocí al poeta alumbrado por la gracia, Mihai Eminescu, ni a quien fue mi guía en ese descubrimiento —como Dante se dejó guiar por Virgilio— y su ayuda incondicional en los momentos más difíciles, como han hecho desde siempre los espíritus nobles. No podía faltar esto. Se cierra el círculo. Esto es poesía.
Gracias por tu intensidad y tus ganas de vivir, tan contagiosas; por permitir que veamos cada día a través de ese espejo la luz del sol y los reflejos del mar, emblemas de la sensibilidad que hay en ti. Gracias también porque en esos momentos difíciles has aparecido siempre, como quien sabe que los amigos necesitan de tus palabras, de tu energía. Tampoco olvidaré, como Carmen, lo que me ayudó, cuando todo se derrumbaba a mi alrededor, tu poema “Nuestra inmensidad”. Siempre el aliento de los poetas cuando el hombre está triste, siempre queda la palabra.
El cariño y la amistad no son nunca efímeros. Quienes “te hemos conocido de verdad” nunca dejaremos de sentirte cerca, pase lo que pase. Y en los momentos difíciles, tu palabra y “la estrella del firmamento” siempre estarán ahí, cerca. No dejes de soñar, aunque te culpen y no te perdonen nunca. Nuestro “himno” nunca envejecerá. Siempre adelante.

Alejandro Fernández González. Abril 2011.